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Apego y seguridad emocional

Actualizado: 20 nov


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Desde el momento en que nacemos, necesitamos de otro ser humano que nos vea, nos acoja y nos brinde cuidado. El apego es ese vínculo primario que enseña a nuestro cuerpo si el mundo es seguro, si nuestras necesidades importan y si somos dignos de amor.

Cuando esas experiencias tempranas fueron inestables o dolorosas —si no fuimos consolados, si se invalidaron nuestras emociones o si hubo ausencia emocional— aprendimos a protegernos. Y esas formas de protección, que en la infancia fueron adaptativas, pueden transformarse en patrones relacionales que repetimos inconscientemente en la vida adulta.

 

Estilos de apego

El estilo de apego se forma a partir de las experiencias tempranas con nuestras figuras de cuidado. A través de esas interacciones, aprendemos qué esperar de los demás y de nosotros mismos en los vínculos. Con el tiempo, esas memorias se convierten en modelos internos que guían la manera en que amamos, pedimos ayuda y regulamos nuestras emociones.

  • Apego ansioso: Surge cuando el cuidado fue intermitente o impredecible. La persona aprendió que, para mantener el vínculo, debía estar muy atenta al otro. De adultos, pueden aparecer el miedo al abandono, la preocupación constante por ser rechazados y una gran sensibilidad a los cambios del entorno emocional. Bajo esta necesidad de cercanía suele haber un profundo anhelo de sentirse visto y seguro en la relación.

  • Apego evitativo: Se origina cuando las necesidades emocionales no fueron respondidas o se desalentó la expresión afectiva. La persona aprendió que mostrar vulnerabilidad podía implicar rechazo o desconexión. En la adultez, tiende a priorizar la independencia y la autosuficiencia, manteniendo cierta distancia emocional como forma de protección. Más que falta de afecto, suele haber un miedo aprendido a depender o a ser invadido por el otro.

  • Apego desorganizado: Aparece cuando la figura de apego fue, al mismo tiempo, fuente de cuidado y de miedo. Esto genera una profunda confusión interna: el impulso de buscar cercanía y, a la vez, el temor a ser herido. En la adultez, puede manifestarse en relaciones intensas, con oscilaciones entre la necesidad de amor y la desconfianza. Este patrón no habla de inestabilidad emocional, sino de una historia donde el amor y el miedo estuvieron entrelazados.

  • Apego seguro: Se desarrolla cuando las figuras de cuidado fueron sensibles y disponibles de forma consistente. Esto permite construir una sensación interna de confianza: saber que el vínculo puede sostener tanto la cercanía como la distancia, la calma como el conflicto. En la vida adulta, las personas con apego seguro pueden conectar sin perder su individualidad y regular sus emociones con mayor equilibrio.


Comprender nuestro estilo de apego nos invita a tomar consciencia de la historia emocional que habita en nuestro cuerpo.

 

Señales de heridas de apego activas

  • Dificultad para confiar o depender de los demás.

  • Temor a ser rechazado o sentir que uno es “demasiado”.

  • Tendencia a controlar o evitar los conflictos.

  • Sensación de vacío o soledad incluso estando acompañado/a.

  • Repetir vínculos con desequilibrio emocional o dependencia.

 

El camino hacia un apego más seguro

Desarrollar un apego más seguro implica permitir que nuestro sistema nervioso experimente nuevas formas de seguridad y presencia.

Las reacciones de ansiedad, distancia o control no son errores: son estrategias antiguas que pueden actualizarse a través de experiencias coherentes y vínculos confiables.

Este proceso incluye observar nuestras reacciones sin juicio. Cuando notamos ansiedad, necesidad intensa o distancia emocional, en lugar de criticarnos, podemos preguntarnos qué parte de nosotros está buscando sentirse segura. Esa atención compasiva es un primer gesto que comunica al cuerpo que ya no está en peligro.

A su vez, implica regular nuestro sistema nervioso a través de la experiencia corporal. Pequeños actos —como la respiración consciente, el movimiento suave o colocar la mano sobre el pecho— envían señales de seguridad y permiten que el cuerpo integre nuevas sensaciones de calma y presencia.

Un apego más seguro también implica elegir vínculos que nutran y no reactiven heridas. Se trata de relaciones donde podamos sentirnos vistos, aceptados y sostenidos sin perder nuestra autonomía. Los vínculos sanos no son perfectos, pero sí consistentes y predecibles.

En el marco terapéutico —especialmente con enfoques como EMDR— es posible trabajar con las memorias tempranas que moldearon nuestros patrones relacionales. De esta manera, el sistema nervioso puede integrar nuevas experiencias de seguridad y cuidado, fortaleciendo la capacidad de conectar con nosotros mismos y con los demás de forma más equilibrada.

Por último, aprender a sostenernos a nosotros mismos es un acto de cuidado interno.

Implica brindar a nuestro sistema nervioso señales de calma en momentos en que no las recibió antes, reconocer nuestras emociones, validarlas y acompañarlas con atención, ofreciendo a nuestro cuerpo y mente la seguridad que necesitamos.


Construir seguridad es posible

Fortalecer la seguridad interna no implica olvidar el pasado, sino aprender a relacionarte desde un lugar diferente.

Cada vez que eliges cuidarte, validar tus emociones o establecer un límite saludable, estás reforzando tu sensación interna de seguridad.


El vínculo más importante siempre será el que establezcas contigo mismo/a: el que te enseña que mereces amor, calma y pertenencia.

 

 
 
 

1 comentario


RZJ
19 nov

Me ha gustado mucho cómo se aborda el tema del apego aquí. Directo y útil.

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