top of page
Buscar

Cuando el pasado sigue doliendo: cómo reconocer que el trauma sigue activo

A veces sentimos que nuestra vida está bien, pero algo dentro de nosotros no se calma. Podemos tener trabajo, vínculos y rutinas estables, y aun así experimentar una sensación de inquietud o vacío difícil de explicar.

Lo que nos perturba, en muchos casos, no tiene que ver con lo que ocurre hoy, sino con lo que ocurrió y no pudo integrarse en su momento.

Eso es el trauma: una experiencia que el cuerpo y la mente no lograron procesar del todo y que sigue “atascada” en el presente, intentando encontrar alivio.

Cuando logramos procesar esas experiencias, ya no necesitamos revivir las emociones intensas que las acompañaron.

Es como cuando nos hacemos daño en un dedo: una vez que la herida ha cicatrizado, no necesitamos volver a sentir el dolor para recordar que aquella experiencia fue desagradable o para aprender a protegernos.

Con el trauma ocurre algo parecido: al integrar lo vivido, el cuerpo puede recordar sin sufrir, y las emociones dejan de activarse como si el peligro aún siguiera presente.

El trauma no se define solo por la magnitud del evento, sino por cómo nuestro sistema nervioso lo vivió. Puede tratarse de experiencias muy intensas —accidentes, abusos, pérdidas—, pero también de situaciones más sutiles: crecer sin sentirnos vistos, escuchados o acompañados emocionalmente.

A veces creemos que ya lo tenemos superado o que no fue tan grave, pero el cuerpo no entiende de tiempo lineal: si no hubo recursos suficientes para procesarlo, el pasado sigue vivo dentro de nosotros.


¿Cómo sabemos si el trauma sigue activo?

Cuando el trauma no ha sido procesado, suele manifestarse de maneras muy diversas. Algunas señales comunes son:

  • Reacciones emocionales desproporcionadas ante situaciones cotidianas.

  • Bloqueos, ansiedad o sensación de “nudo en el estómago” sin causa aparente.

  • Irritabilidad, tristeza o culpa persistentes.

  • Evitar lugares, personas o conversaciones que nos resultan “demasiado”.

  • Dificultad para confiar o mantener vínculos cercanos.

  • Sensación de desconexión, vacío o “estar fuera de uno mismo”.

  • Molestias físicas sin explicación médica clara (tensión, insomnio, fatiga).


Estas manifestaciones son señales de que tu sistema está intentando protegerte de volver a sentir aquello que alguna vez resultó insoportable.


El presente activa el pasado

Una discusión, un tono de voz o incluso un olor pueden activar en segundos emociones que pertenecen a otra época. Esto sucede porque el cerebro no distingue del todo entre lo que ocurre ahora y lo que ocurrió antes si el recuerdo traumático no se ha procesado. Así, lo que parece una reacción “exagerada” es en realidad una respuesta adaptativa: una parte de ti sigue intentando mantenerse a salvo.


Sanar es posible

Nuestro cerebro y nuestro cuerpo tienen la capacidad natural de procesar e integrar las experiencias difíciles, especialmente cuando contamos con acompañamiento y recursos adecuados.

En terapias especializadas en trauma, como EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares), se trabaja para que esas memorias puedan archivarse correctamente, liberando la carga emocional que quedó pendiente.

El objetivo no es revivir el trauma, sino permitir que el cuerpo entienda que el peligro ya pasó, y que hoy es posible estar en calma.

Buscar ayuda no es un signo de debilidad, sino una forma profunda de cuidado y valentía.

El proceso de sanar implica mirar con compasión a las partes de ti que sufrieron y darles un nuevo lugar en tu historia.

Si te reconoces en alguna de estas experiencias, podemos ayudarte.

 
 
 

1 comentario


RZJ
19 nov

Muy interesante todo lo que comentas sobre el trauma. Da que pensar.😍

Me gusta
bottom of page